Arriba: Entorno de Llué: César Hórreo.
Llué
Llué es recogido, pequeño y lo atraviesa un río de agua limpia; el río entra en el claro al salir de una estrecha, se entretiene un poco en torno a las casas, da la vuelta a la Peña del Toro y después se desploma en medio de La Tierrona, por El Somonte abajo, hacia el Sella. La parte más abierta de Llué mira al sur y un poco al este, camino de los puertos de Pío, que ya es Castilla, y casi todo es verde en el llano. Las peñas no, blancas y descarnadas por haberse venido abajo toda la tierra. Por eso, en su fondo de saco, revientan los vegetales en marzo pidiendo mano que los distinga, que pueda proteger la hierba, cortarla y curar a tiempo. Que sepa también plantar los huertos y encontrar momento para el rebaño, que dios sabe dónde querrá meterse hoy. Llué es como tantos sitios, pero no está en ninguno que no sea él: son las cosas de la geografía, que nunca repite el mismo suelo aunque el cielo sea común. Y allí está ahora Martín, a invierno cerrado y tiempo de abrigar.
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(Fragmento)
29 de enero de 1893
Los chupos de hielo que cuelgan a la entrada vieron pasar las ocho por allí, pero no dijeron nada. Los témpanos hablan poco y menos a las horas, que no paran un momento. Poco después asomó Martín y al rato vino el día. Está todo blanco. Sólo algunas paredes cambian el color del mundo, grises y ajenas a una nieve que no puede reposar en ellas más que a tramos, aprovechando las fallas de las llambrias. El resto del paisaje permanece arropado, manteado el volumen de todo, aplacados los insectos y escondido cuanto vive en lugares que no se conocen. La nieve es buena para los refranes y las esperanzas de la gente. Martín recuerda muchas cosas que se dijeron. Se dijeron una vez y luego caminaron ellas, de boca en vida y en boca. Cuántas veces tiene que nevar para que aparezca un dicho. Por lo menos diecisiete. Un año de nieves puede resultar bien, pero cuántas veces tiene que venir el pastu a esgaya, el fayucu, el maíz o las patatas; cuántas, para que se pueda decir que va a pasar así siempre y fabricar un decir. Diecisiete o más… La primera vez que lo dijeron bien atrevidos fueron, porque muchas cosas no hay más que nombrarlas para que no vuelvan a uno y huyan como raposos. A Martín le parece que este año de nieves no va a ser quién a enmendar el comienzo. Y con estos pensares se va librando de las horas que, por el hecho de pasar y ser tan blancas, traen algo de luz y reposo.
Va entrando la mañana y tanta cantidad de nieve no permite cosa que sentarse en el poyu, apañando el poco sol. En enero, todos los hombres son viejos de piel y Martín asoleya la cara, los párpados, también el cuello, a los cuatro hilos de calor que se cuelan entre el nublau…
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(Fragmento)